Impresiones de “MotorStorm: Pacific Rift”
·Carreras salvajes, ahora en entornos especialmente hostiles
En mis impresiones sobre “Resistance 2”, comenté que adquirí la PS3 con el pack de “MotorStorm”, aunque eso más bien se debió a que en ese momento estaban agotados el resto de packs que me interesaban. Lo cierto es que jugué bastante poco al título de Evolution Studios, ya que me pareció que le “faltaba un hervor” en muchos aspectos. Por ejemplo, ciertos fallos en los manejos de casi todos los vehículos, lo sosos que eran los circuitos, o los absurdos tiempos de carga al cambiar de vehículo en el menú… eso por citar sólo algunos detalles.
La verdad es que tampoco estaba muy emocionado con la secuela, a pesar de que Paul Hollywood puso todo su empeño para convencernos en el PlayStation Day. De hecho, mis primeras impresiones de la demo fueron algo negativas, porque prácticamente no veía por ninguna parte las mejoras que han ido pidiendo los usuarios desde hace un año y medio.
Afortunadamente, después de haber estado viciándome a la versión final, tengo que admitir que el estudio de Sony ha hecho un buen trabajo poniendo al día “MotorStorm”. Lo primero que llama la atención tras las primeras partidas, es la variedad en los escenarios, que se han multiplicado por dos hasta llegar a dieciséis –por cierto, mi favorito es “Sugar Rush”–, y que están dividos en cuatro categorías: Tierra, Aire, Fuego y Agua. Sin embargo, al ser bastante amplios, nos encontraremos con una mezcla de estos elementos a lo largo de nuestras carreras, que influyen de diferente forma dependiendo del vehículo que llevemos.
Por ejemplo, a los vehículos pesados no les costará demasiado atravesar pequeños lagos o matorrales, y si llevamos uno más ligero, será más fácil colarse por todo tipo de atajos, que son mucho más frecuentes en esta ocasión. El turbo también se ha modificado ligeramente, ya que se enfriará si atravesamos una zona con agua, y se pondrá al rojo vivo cuando estemos cerca de la lava, por lo que su uso se vuelve algo más técnico. Además, se ha ampliado el tiempo de la “zona de emergencia” del motor, y no tendremos que tener unos reflejos felinos cuando salte el aviso sonoro de sobrecalentamiento, para soltar el botón de turbo y evitar así que nuestro vehículo salte en mil pedazos.
Otra cosa que se ha mejorado –aunque no del todo– es el manejo, ya que antes algunos vehículos como las motos eran prácticamente inútiles. De hecho, ahora es una gozada cogerse una y serpentear entre los camiones con la música –ahora personalizable– a todo meter, aunque siempre hay que tener mucho ojo para que no nos aplaste un monster truck, que son novedad en esta entrega… y cuyo control deja bastante que desear, por cierto.
En cuanto al apartado técnico, a pesar de que ciertas partes del escenario aparecen repentinamente ante nosotros, se puede decir que han hecho un gran trabajo consiguiendo que el frenetismo de las carreras no se vea interrumpido por bajones de framerate, u otros problemas similares. Los tonos marrones ya no son la nota predominante del juego, y en esta ocasión nos encontraremos con verdes intensos, fuertes contrastes en las zonas volcánicas, y una variedad de matices que dan mucha vida a las carreras. Quizás no alcanza el preciosismo de “Pure”, pero si lo comparamos con la primera entrega, literalmente no hay color.
Al modo principal, en el que vamos desbloqueando eventos, vehículos y distintos tipos de pruebas, hay que sumar un garaje, y los clásicos modos multijugador. En este sentido, aunque se ha añadido la posibilidad de jugar en pantalla partida, se tendrían que haber esmerado un poquito más, ya que los retos que tenemos disponibles al jugar online son bastante limitados.
Puede que este “MotorStorm: Pacific Rift” no sea perfecto, pero al menos es bastante superior a la primera entrega, que seguramente vendió lo suyo al principio de la vida de PlayStation 3 por ser de lo poco que había en su momento. Sólo por los distintos atajos, y la posibilidad de explotar los circuitos de diferentes formas dependiendo del vehículo que llevemos, ya merece la pena.